15/9/08

Eclipse

A varios metros del firme suelo, sobre un tejado frío y seco, contemplaba cómo la negra luz iba hundiéndose en un manto de calor claro. Con ella y a pocos minutos de su muerte, se llevaba los brillantes fuegos suspendidos cada noche en el negro o celeste desde tiempos inimaginables. Luego, el aire se cargaba de vida, mientras que el tiempo volvía a acelerarse paulatinamente..., pero aquel día decidió que no las horas, ni los minutos, ni tan siquiera los segundos existirían para sí mismo hasta que el tiempo le avisara. De inmediato se puso a mirar la incansable rutina de la cual había escapado..., y mientras observaba y se daba cuenta de que la voz de los pájaros había desaparecido ahogada por el ruido de los autos, y que aquel ambiente con aire radiante de vida se convertía en un gris sólido, demasiado denso para respirarlo, el sol trepaba en el ya celeste y se colocaba en lo más alto del cielo. Luego, empezó a añorar su anterior soledad acompañada por aquella sensación fresca, aquel fino aire, la oscuridad que tan sólo lo brindaba confianza pura en sí mismo... Entonces ocurrió, sus leves recuerdos volvieron a hacerse realidad mucho antes de que el sol llegara a deslizarse por el horizonte. Su oscuridad y confianza, su aire fino, todos regresaron junto a él, e incluso se redujo aquel agobiante calor. Regresó la noche en varios minutos, y sin que el espectacular fenómeno durase demasiado, la calma y el asombro de la gente volvió a ser prisa y rutina... Y de aquel hombre qué se sabe?, se unió al resto del mundo, aprendió a valorar cuanto le rodeaba y cada alba subía nuevamente a su tejado siempre inmune ante el mundo fiel y sus males artificiales propios de nosotros, hasta que sus fuerzas se lo permitieron. Poco tiempo después, eclipsó la luna al sol y la prisa rutinaria más el aire denso, a su vida eclipso.
Autor: Daniel Rguez.