15/11/10

El viaje

En el pueblo de Utrera
se inicia el viaje contado
para disfrute de amistades
y el desenlace de un romance
que dio comienzo en el pasado.
El aire ligero, andaluz
la fresca sombra,
el aroma de las flores,
el agrio del olor
del pomelo y la naranja,
el dulce del azahar
y el claro del agua.
Al norte, rápido, al norte
sin pausa de importancia
de noche pero con ganas
salimos a hurtadillas,
dejando Sevilla a la espalda.
Desde las murallas de Ávila
a la Sierra de Gredos,
entre las piedras de las casas,
los campos de trigo,
los picos nevados,
el pinar de los valles
que da sombra al río
y los caminos a caballo.
En balsa las aguas bravas,
desde Navalsequilla a Bohoyo
los rápidos, los saltos de agua,
el susurro del arroyo,
el fresco del aire,
las rocas del río,
el canto del paisaje
y el encanto del sitio.
Nosotros sumisos al Tormes
nos dejábamos llevar
por la corriente brava
y las ganas de remar.
Yo esclavo de mis sentidos
también me dejaba llevar
por los ojos recien conocidos
y su voz al cantar.
En ruta tocamos Segovia,
ciudad de antiguos artilleros,
la grandeza de su alcázar
y en seguida de vuelta,
casi sin pausa al sendero.
Luego Soria, seca y triste
vacía de alegría y brillo
dada la espalda por el Duero
negaba todo lo escrito.
Sólo la Laguna Negra
y la cascada que la llena
le dio algo de belleza
al negro de su pena.
Valdeavellano de Tera
muerto, escaso de vida,
aires malditos de pena,
lúgubre, falto de chispa,
olor a pasto podrido,
a húmedo y a corteza.
Y la segunda mañana,
fría, igual de muerta
pero helada sus almas,
nos hizo huir a Toledo,
tierra de castillos y espadas,
de antiguos caballeros.
De Toledo a Talavera,
allí anchos montes de pinos,
curiosos todos sus caminos
y estrechas sus carreteras.
Frenaron sus gotas de granizos
el afán por montar otro caballo
y recorrer a lomos el camino
de viejos señores y lacayos.
En Madrid acabó la suerte,
murieron los días buenos
en el Valle de los Caídos,
cayeron los últimos minutos
y se hizo el final recuento
de los recuerdos vividos.

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